Camino de Alemania

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Los trenes nocturnos siempre aportan experiencias y aquel no defraudó: Un tren de compartimentos, llenos hasta la bandera, dónde nuestro billete de inter-rail sólo nos ofreció el pasillo para pasar la noche. Empiezo el viaje de pie, con la mochila en el suelo y mirando por la ventanilla, intentando tener localizados a todos los chicos. No me resulta difícil encontrar gente con la que conversar en los trenes y esta vez no fue diferente, un compañero de travesía, al oírnos hablar, empieza a hablarme en español. Es un hombre polaco de mi edad, algo más joven tal vez, que vive a temporadas en España, trabajando como portero de discoteca en la costa catalana. Cuando no controla el acceso a los garitos de los vividores de la noche mediterránea entrena todo tipo de artes marciales y técnicas de supervivencia… esta mazas hasta las orejas.

La noche es larga y me va contando un montón de detalles interesantes de su vida, sus trabajos como escolta para gente rica, sus novias simultáneas en diferentes países, me enseña en el móvil fotos de su hija, me cuenta cómo son sus rutinas de entrenamiento corriendo a temperaturas bajo cero. ¿Quién necesita dormir con un compañero de viaje tan interesante?

Pero el entretenimiento no había hecho más que empezar. En una de las paradas se subieron al tren un grupo de jóvenes con el modo fiesta completamente activado, se instalaron en el espacio entre vagones junto a los baños y siguieron dándolo todo, gritando, bebiendo, ensuciando el suelo del vagón, fumando maría… no se privaron de nada. Estaban tirados en el suelo a apenas 3 metros de donde intentaban descansar mis chicos y esa era otra buena razón para mantenerme despierto, su actitud era algo agresiva, posiblemente por todos los tóxicos que estaban tomando, y se pasaban el rato abriendo y cerrando la puerta del pasillo.

A falta de un par de estaciones para llegar a nuestro destino, un hombre mayor que viajaba con mi compañero de tertulia se dirigió hacia ellos para echarles en cara su mal comportamiento (supongo que era eso, porque no tengo ni idea de polaco). La cosa se puso de repente bastante tensa y mi compañero tomo posiciones y, después de dar unas cuantas voces sacó a pasear un par de galletas que, según parece, había estado horneando durante las últimas tres horas, aguantando las impertinencias de la panda de jovenzuelos maleducados. Creo recordar que eran cinco contra uno pero, con la primera torta a mano abierta en la cara del que se puso farruco fue más que suficiente para que se encogieran como un acordeón. En un visto y no visto todo había acabado, mi compañero de viaje se despidió de mí y se fue con su maleta al otro lado del vagón para bajar en la siguiente estación.

Unos minutos más tarde llegamos a nuestro destino, la última estación en Polonia antes de la frontera con Alemania y allí llegó la final de esta apasionante noche en blanco. En el andén estaba esperando la policía, a la que parece había llamado el revisor, para seguir ajustando las cuentas. Mientras todos los pasajeros nos desperezábamos por la estación para coger el siguiente tren a Berlín, aquellos macarras, con las caras muy serias (alguno caliente también) se quedaban para explicarle a la autoridad lo que había pasado y posiblemente recibir alguna multa por comportamiento incívico.

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