Perdidos en Eslovaquia

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Cuando pienso en las aventuras vividas con Ice Forest me vienen muchas anécdotas a la cabeza. Pero desde luego, la más reseñable fue la vivida el 17 de agosto de 2015 en algún punto difícilmente ubicable en Eslovaquia.

(Para comprender la magnitud e lo acontecido y por qué es mi historia favorita para contar, os pongo en situación: un grupo de 10 muchachas de 15 años,10 días de aventura por Europa sin ningún contacto telefónico y demasiadas horas de sueño atrasadas).

Nuestra historia comienza en República Checa. Nuestro destino era Prievidza, una ciudad eslovaca donde nos esperaba una bonita casa para descansar y darnos una merecida ducha. Preguntamos en la estación y una señora muy amablemente nos indicó el tren que seguro seguro nos llevaría hasta allí. Spoiler: era mentira.

Acabamos en Horná Štubňa obec. Una “estación” completamente fantasma. Literalmente no había NADA alrededor. Solo campo. Y las 10 chavalas de 15 años. Sin comida, poca agua, mucho sueño y un frío que pelaba, a las 5 de la mañana. Una cuando se va de interrail en pleno verano (con ola de calor en media Europa, por cierto) y una mochila ligera, tiende a no llevarse una parca digna de un esquimal. Pero era lo que hacía falta en ese momento.

¿Y qué íbamos a hacer? Pues explorar la zona. A la izquierda, descampado, a la derecha, más descampado, en la estación, un baño que era un fardo de paja con un agujero, y un poco más allá, una casa solitaria en la que una niña de vez en cuando se asomaba para sacarnos la lengua. Me río yo de los inicios de las películas de miedo con ese panorama.

Una sesión de fotos después, una pelea por los últimos cacahuetes que nos quedaban y el pensamiento de que ningún tren pasaría y nos rescataría, APARECIÓ. Un tren destartalado, que yo creo que el maquinista casi se sorprendió de tener que parar ahí, nos llevó de vuelta a la civilización. Cinco horas después, poníamos rumbo a Prievidza (ahora fijándonos bien en que ese tren os iba a llevar allí).

Puede que contado suene a poca cosa, pero si preguntáis a cualquiera de los que estábamos ahí, sonreirá, pondrá cara de “madre mía” y te contará la historia como la cosa más fantástica del mundo.

Porque en ese momento y en ese viaje, lo fue.

Y porque si no te quedas tirado en una estación fantasma durante horas, haciendo pis sobre unas pajas mal puestas, poniéndote camisetas una encima de otra para entrar en calor y tirándote al cuello de tu amiga porque se ha comido un cacahuete de más… ¿qué clase de interrail has hecho?

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