Hasta que se acaba la línea

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Los que trabajamos con jóvenes debemos ser gente muy confiada, somos capaces de establecer relaciones de la nada. En uno de los inter-railes, sabiendo que quería pasar por Cracovia, busqué alguna organización juvenil con la que poder inter-actuar. Busque por internet y mandé algunos correos explicando las intenciones. De uno de esos correos me llegó una referencia positiva, a un trabajador social le pareció buena idea juntar dos grupos de adolescentes para compartir algo de tiempo. Después de intercambiar algunos correos quedamos para vernos cuando pasáramos por Polonia. La primera noche la pasamos por nuestra cuenta en un albergue en el centro de Cracovia y en la segunda teníamos que coger un autobús al mediodía y llegar hasta el final de la línea, donde nos estarían esperando.

El viaje en bus se hizo muy muy largo. Primero salir de la ciudad atascada llevó su tiempo, después el autobús paraba en cada bendito pueblo que había en el camino. La última hora la pasamos muy entretenida con la expectación de que la siguiente parada ya sería la nuestra. Sólo conocía al líder del grupo polaco de un par de correos y los chicos empezaron a tomarme el pelo con la opción de que nos estuvieran gastando una broma, que al final de la línea no había nadie. Las paradas seguían pasando y finalmente nos quedamos solos en el autobús, en ese momento el cachondeo ya era total. El conductor no hablaba inglés pero nuestro amigo había hablado con él y sabía perfectamente cual era nuestro destino, por gestos nos decía, que estuviésemos tranquilos, que todavía nos quedaba una parada más. Por fin llegamos, y fue genial. Nos estaban esperando con carteles con banderas y corazones pintados, unos 10 jóvenes polacos con los que pasamos una noche de acampada en la casa de campo del monitor. Nos hicieron una barbacoa, jugamos, bailamos, nos hicimos una ruta por el monte… y descubrimos cuánto tenemos en común con Polonia.

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