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En muchos sitios y de maneras distintas hemos visto cómo la gente se relaciona confiando en que los demás van a ser honestos. Compras de confianza de fruta en la calle, con los puestos sin nadie atendiendo y una caja para depositar el dinero, botellas de agua a un euro en el aeropuerto de Dublín, albergues del Camino de Santiago sin personal…

Cuando llegamos a British Columbia para trabajar en una granja durante una semana sólo habíamos intercambiado algunos correos electrónicos con nuestros anfitriones. Nuestras instrucciones eran llegar hasta un pueblo en autobús y desde allí podríamos ir a la granja. Las distancias no estaban muy claras para nosotros, pero estimé que podría haber una media hora en coche y que nos irían a recoger. En nuestro recorrido en autobús recibí un mensaje en el teléfono diciendo que el coche blanco estaba aparcado en la gasolinera junto al MacDonalds… y las llaves las teníamos que pedir en la tienda de la gasolinera !!!!

Me costó un rato asimilar aquel detalle de total confianza y otro rato el decidirnos a abrir el coche, no sabíamos cuál era la matrícula y había varios coches blancos aparcados, me asustaba un poco intentar abrir un coche equivocado. El GPS no funcionaba demasiado bien y la granja resultó estar a más de una hora de viaje por carreteras de montaña y caminos sin asfaltar. Todo esto fue un perfecto comienzo para nuestra estancia en Spray Creek Ranch.

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Mejor que buscar alojamiento para el día siguiente es buscarlo para el mismo día. Llegamos a Budapest en tren sin saber hacia dónde vamos a continuar pero, una vez en el andén, decido que nos vamos a quedar una noche en la ciudad. Mientras caminamos despacio hacia la salida se acercan algunos “comerciales” de alojamientos. Uno me resulta confiable y le pregunto si tiene sitio para el grupo. Éramos 10 y tiene que pensarlo un poco, negociamos el precio y pronto llegamos a un acuerdo.

Diez minutos después estamos en un tranvía bastante antiguo camino de una casa alejada del centro histórico. Las sensaciones al llegar al alojamiento fueron muy buenas para mí. Era una casa antigua, llena de objetos religiosos, con un montón de alfombras, algo oscura… pero acogedora. Era como llegar a casa de una abuela en Hungría, pero no había ninguna abuela, sólo nuestro anfitrión, un hombre de unos 60 años, muy servicial, nos explicó como funcionaba la cocina, nos dio todo tipo de indicaciones para movernos por Budapest, nos entregó mapas turísticos, nos dijo dónde estaban las tiendas, nos hizo la factura incluyendo las tasas turísticas que teníamos que pagar… La idea que nos quedó de los húngaros es que son buena gente, confiables y hospitalarios.

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Una de las mejores cosas que se puede organizar es vivir al día, buscar el alojamiento del día siguiente una vez que llegas al de hoy. En esas estábamos en Fuerteventura haciendo una ruta en bicicleta cuando las cosas se torcieron. Después de confirmar la reserva en internet recibimos una llamada diciendo que ha sido un error y que no admiten reservas de una sola noche. Bueno pues a seguir buscando. La siguiente opción de alojamiento nos desvía de nuestro objetivo pero parece ser la única disponible a esas horas.

El día de bicicleta resultó ser muy duro, con mucho viento en contra, más de 30 km/h. Eso hizo que el último tramo resultase fácil caminar que ir montado en la bici. Llegamos al alojamiento exhaustos, estábamos a 25 km de distancia del objetivo marcado al inicio de la actividad y en el pueblo no había ninguna tienda para comprar la cena… Podría parecer una racha de mala suerte sin embargo, en cuanto llegamos a la recepción del albergue, todo cambió. El sitio era genial, era un hostel de surferos y teníamos un apartamento con un salón enorme para nosotros, estaba super-limpio, todo el personal era encantador y nos llevaron en coche hasta la tienda. No estaba en los planes y llegamos de rebote pero, como todo era tan bueno nos quedamos allí tres días haciendo surf.

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Era el último tren en Francia, apuntando ya hacia la frontera. Marina llevaba puesta una camiseta con un juego de palabras con una fórmula matemática que le había regalado su hermano y un hombre que estaba en el pasillo del vagón se dirigió a nosotros para compartir el hecho de que también llevaba una camiseta con parecida temática. Ahí empezó la conversación que seguiría durante horas. Bernt es todo un personaje, profesor de matemáticas en la universidad de Berkeley, experto en fractales, venía de los países nórdicos de dar una conferencia sobre emprendimiento tecnológico o algo así y se dirigía a Marruecos, con la intención de acercarse un poco más al club de los 100, aquellas personas que han visitado al menos 100 países distintos.

Cuando llegamos a Irún nos fuimos a dar un paseo por la ciudad y Bernt resultó ser un compañero muy entretenido. Llegamos a una pizzería y nuestro nuevo amigo nos contó la charla que había dado hacía unos días en Dinamarca. Con el apoyo de un pequeño libro con fotografías suyas junto a algunas de las figuras más destacadas de Sillicon Valley, los inventores del rayo laser, los del protocolo de navegación de internet… hasta con Steve Jobs… Todo resultaba tan increíble que cuando nuestros caminos se separaron teníamos serias dudas sobre lo que nos había contado.

Al día siguiente cuando finalmente llegamos a nuestras casas pudimos comprobar que todo era cierto. Bernt era lo que decía ser. Su Facebook al menos lo confirma. A lo largo de estos años ha seguido como uno de mis contactos más activos en la red. Además de emprendedor y educador ha intentado desarrollar carrera política como candidato a la alcaldía de Berkeley por el partido republicano. No lo consiguió pero estuvo en la delegación de Donald Trump en alguno de sus viajes oficiales a China y la India… y la leyenda sigue creciendo.

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Cuando pienso en las aventuras vividas con Ice Forest me vienen muchas anécdotas a la cabeza. Pero desde luego, la más reseñable fue la vivida el 17 de agosto de 2015 en algún punto difícilmente ubicable en Eslovaquia.

(Para comprender la magnitud e lo acontecido y por qué es mi historia favorita para contar, os pongo en situación: un grupo de 10 muchachas de 15 años,10 días de aventura por Europa sin ningún contacto telefónico y demasiadas horas de sueño atrasadas).

Nuestra historia comienza en República Checa. Nuestro destino era Prievidza, una ciudad eslovaca donde nos esperaba una bonita casa para descansar y darnos una merecida ducha. Preguntamos en la estación y una señora muy amablemente nos indicó el tren que seguro seguro nos llevaría hasta allí. Spoiler: era mentira.

Acabamos en Horná Štubňa obec. Una “estación” completamente fantasma. Literalmente no había NADA alrededor. Solo campo. Y las 10 chavalas de 15 años. Sin comida, poca agua, mucho sueño y un frío que pelaba, a las 5 de la mañana. Una cuando se va de interrail en pleno verano (con ola de calor en media Europa, por cierto) y una mochila ligera, tiende a no llevarse una parca digna de un esquimal. Pero era lo que hacía falta en ese momento.

¿Y qué íbamos a hacer? Pues explorar la zona. A la izquierda, descampado, a la derecha, más descampado, en la estación, un baño que era un fardo de paja con un agujero, y un poco más allá, una casa solitaria en la que una niña de vez en cuando se asomaba para sacarnos la lengua. Me río yo de los inicios de las películas de miedo con ese panorama.

Una sesión de fotos después, una pelea por los últimos cacahuetes que nos quedaban y el pensamiento de que ningún tren pasaría y nos rescataría, APARECIÓ. Un tren destartalado, que yo creo que el maquinista casi se sorprendió de tener que parar ahí, nos llevó de vuelta a la civilización. Cinco horas después, poníamos rumbo a Prievidza (ahora fijándonos bien en que ese tren os iba a llevar allí).

Puede que contado suene a poca cosa, pero si preguntáis a cualquiera de los que estábamos ahí, sonreirá, pondrá cara de “madre mía” y te contará la historia como la cosa más fantástica del mundo.

Porque en ese momento y en ese viaje, lo fue.

Y porque si no te quedas tirado en una estación fantasma durante horas, haciendo pis sobre unas pajas mal puestas, poniéndote camisetas una encima de otra para entrar en calor y tirándote al cuello de tu amiga porque se ha comido un cacahuete de más… ¿qué clase de interrail has hecho?

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Siempre hay una primera vez para todo y nuestra primera noche en la calle llegó pronto, el segundo día del inter-rail. El plan inicial era ir desde Paris hasta Polonia pasando por Alemania, pero como casi siempre los planes de los ferrocarriles franceses no coinciden con los nuestros, la propuesta que nos dieron fue pasar por Ámsterdam. La cosa pintaba bien, íbamos a añadir un país más a la lista de los visitados y no perderíamos demasiado tiempo. Llegamos a la capital del vicio por la tarde y nos fuimos a pasear. El olor a porro, la gente de fiesta, los escaparates del barrio rojo, todo según los previsto. Noche de farra con un grupo de adolescentes por el epicentro del pecado hasta la una de la mañana. Lo que no tuvimos en cuenta es que la mayoría de las estaciones en Europa cierran por la noche y en el caso de Ámsterdan la abrían a las 5 de la mañana. En los alrededores de la estación había unos cuantos mochileros tirados como nosotros pero nuestra opción fue ir a un banco de piedra cerca del MacDonalds, donde vimos cómo decae la fiesta a medida que avanza la madrugada. Por nuestro lado pasaron centenares de personas con altas concentraciones de tóxicos pero no fue especialmente difícil de llevar, no hacía frío.

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Para nuestra primera tarde en Nueva York habíamos preparado un planazo, Mamma Mia en un teatro en Broadway. Los horarios no encajaron como esperábamos y acumulamos algo de estrés durante todo el día, el tren de Boston tuvo una avería y nos pasamos un par de horas parados en las vías, encontrar la línea de metro hacia Brooklyn no resultó sencillo y cuando llegamos al apartamento tuvimos el tiempo justo para dejar las maletas a toda prisa y coger un par de taxis para poder llegar a tiempo a la función. Los taxis añadieron algo más de emoción a la aventura, no eran los típicos taxis amarillos, no tenían ningún logotipo, y nos pidieron el pago de la carrera por adelantado para poder echar gasolina. Nuestro conductor era un parlanchín, creo que puertoriqueño, que no dejó de hablar ni un minuto en todo el trayecto.

Entramos al teatro, sin poder fijarnos donde estábamos, tan solo unos minutos antes de que empezara la función. Localizamos nuestras butacas y se apagaron las luces. El espectáculo estuvo genial, tal como cabía esperar, pero la sorpresa estaba esperando al salir por la puerta lateral… estábamos en medio de Times Square a medianoche, todo lleno de gente y tráfico. Habíamos llegado sin darnos cuenta a uno de los lugares turísticos más visitados del mundo !!

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Año 2017, el vuelo Madrid-Dublín de cada verano a finales de junio. Unos 20 participantes dispuestos a vivir dos semanas inmersos en la cultura irlandesa, con familias locales y un plan de actividades muy completo. Hay nervios, pero también hay muchas ganas y energía.

El pueblo en el que tiene lugar el campamento está unas dos horas al norte de Dublín, así que, como el avión llegaba sobre las 9 de la noche, el plan ese año era pasar las dos primeras noches en la capital, empaparnos de la ciudad al día siguiente, y partir hacia Monaghan a una hora más adecuada para conocer a las familias.

El vuelo estaba siendo tranquilo: algunos escuchando música, otros empezando a trabar amistad, y los monitores ultimando los detalles de la visita turística del día siguiente. Teníamos todo organizado para que, nada más llegar al aeropuerto, un autobús nos estuviera esperando para llevarnos al hostal donde nos alejábamos. Pero, ¿qué clase de aventura es una en la que todo sale según lo previsto?

Tras unos 10 minutos de turbulencias leves, se abre el micrófono, y el piloto da un aviso con marcado acento irlandés. Entre el ruido del avión y la poca calidad del altavoz, lo que yo conseguí entender fue algo así como: “Blablabla full airport, blablabla Liverpool”. ¡¿Cómo?! Para asegurarme, le pregunte al pasajero irlandés que iba sentado a mi lado, y él me confirmó lo que ya me temía: ante el mal tiempo y la cantidad de aviones en el aeropuerto de Dublín, íbamos a desviarnos “un poco” de la ruta para aterrizar en la ciudad de nacimiento de los Beatles.

Tras explicárselo a los niños, y que se calmaran haciendo unas cuantas bromas sobre un interraíl aéreo, aterrizamos, y avisamos a los padres mientras esperábamos a poder despegar de nuevo. Por suerte, no hubo más incidente que llegar 2 horas más tarde de lo previsto, y tener que sustituir nuestro autobús por taxis-furgoneta que, para compensar, eran muy simpáticos, y nos dejaron poner nuestra música a todo volumen mientras recorríamos las calles de Dublín a medianoche. Nos quedamos sin conocer a los Beatles, pero todos acordamos que Liverpool había sido la primera y más emocionante excursión del viaje.

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Hasta donde recuerdo, esta es la persona que he conocido con el mayor número de idiomas que alguien es capaz de hablar. Estábamos entrando a un vagón buscando un espacio donde pudiéramos estar todos juntos. Pasé de largo del primer compartimento, en el que había un hombre de unos 60 años, vestido con traje, ocupando varios asientos con sus cosas. Cuando estoy a mitad del vagón mis chicos me dicen que aquel hombre habla español por lo que inmediatamente nos damos la vuelta para sentarnos con él, que mejor sitio entonces para pasar un viaje de varias horas que con un local que quiere hablar.

Su acento era más que bueno a pesar de haber aprendido nuestro idioma en el colegio y no haber practicado mucho desde entonces. Aquel hombre resultó ser una fuente inagotable de asombro. Resulta que era capaz de hablar 11 idiomas. Polaco de nacimiento, alemán porque vivía en Austria, ruso y español en el colegio, italiano porque su hija vivía en Italia, inglés y francés supongo que por defecto, ucraniano porque trabajaba para una empresa de importación de Ucrania, árabe y otros dos más los estudió en la universidad.

Pero la cosa no acababa ahí, resultó ser un gran conversador, haciendo preguntas continuamente, tratando de contrastar la información que tenía de nuestro país sobre política, el estado autonómico, el deporte…

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Llevos muchos inter-railes acumulados en la mochila, lo que me hace tener mucha confianza a la hora de movernos en tren por Europa. Antes de iniciar la actividad tengo definido un objetivo, pero una vez conseguido vamos tomando decisiones sobre la marcha. En una ocasión estábamos en Munich por la mañana y después de visitar la ciudad nos pusimos a valorar opciones, la que triunfó fue ir a conocer Eslovenia. Había una buena combinación de trenes y podíamos llegar por la tarde. Decidido pues, al tren. Llegamos a Ljubljana según lo previsto, después de un par de transbordos y le dimos la vuelta de rigor a la pequeña capital. Para la hora de cenar estábamos en la estación, dando cuenta de una abundante cantidad de comida y se nos plantea la siguiente decisión… un tren hacia Croacia que sale por la mañana y tener que dormir en la calle, o un tren que sale a medianoche y nos vuelve a llevar a Munich. El grupo eligió la segunda opción y volvimos a desayunar otra vez a la estación de Munich, después de 14 horas en tren.

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